El odio
La letra del tango rencor, cantada entre otros por Carlos Gardel y escrita por Luis César Amadori pone como centro de la cuestión al odio:
“Rencor, mi viejo rencor, déjame olvidar la cobarde traición. No ves que no puedo más. Que ya me he secado de tanto llorar. Deja que viva otra vez y olvide el dolor que ayer me cacheteó.
Rencor, yo quiero volver a ser lo que fui; yo quiero vivir. Este odio maldito, que llevo en las venas, me amarga la vida como una condena.
Es herida abierta, que inunda mi pecho de rabia y de hiel. La odian mis ojos porque la miraron, mis labios la odian porque la besaron. La odio con toda la fuerza de mi alma.
Y es tan fuerte mi odio como fue mi amor. Rencor, mi viejo rencor. No quiero sufrir esta pena sin fin. Si ya me has muerto una vez, ¿por qué llevare la muerte en mi ser?
Ya sé que no tiene perdón, ya sé que fue vil y cruel su traición. Por eso, viejo rencor, déjame vivir por lo que sufrí.
Dios quiera que un día la encuentre en la vida. llorando vencida su triste pasado para escupirte encima todo este desprecio que babea mi vida de amargo rencor.
La odio por mi amor deshecho y por una duda que escarba en mi pecho. No repitas nunca la que voy a decirte: Rencor: tengo miedo de que seas amor”.
La canción marca el rencor, la nostalgia, el dolor, pero lo más complejo es cómo el amor y el odio parten del mismo lugar. Lacan lo plantea al final del seminario Aun[1], "el más grande amor acaba en el odio", creando el neologismo odioenamoramiento para indicar ese punto crucial de la reversibilidad del amor en odio, que transforma al partenaire en insoportable. Amor, aquello que tiene que ver con soportar las diferencias con el partenaire, lo que hace velo y lazo. A veces falla; el rostro que antes embelesaba ahora desagrada, la forma de ser que cautivaba ahora produce malestar. No soportamos ya lo que dice ni lo que hace, porque sabemos demasiado sobre su goce que nos excluye. El odio es la manera de responder a ese modo de goce del partenaire cuyos signos conocemos demasiado sin poder experimentarlo. “Es aquí donde se pone en juego el uno de la soledad, el Uno del goce que no establece relación con nada de lo que al Otro le parece sexual y que no hace lazo social. El goce es siempre del Uno y al Otro le corresponde el deseo. Si el goce Uno escribe incesantemente la soledad, dejando la huella de la ruptura del ser, sólo el amor, que se dirige al Otro, hace que dos soledades se unan en un destino común”.[2]
El odio es, en definitiva, más estable y radical que el amor porque no depende de un discurso que lo sostenga. El amor surge cuando dos hablantes se reconocen, en dónde: en sus síntomas, en sus afectos, en sus fallas, en definitiva, en todo aquello que marca la huella de su exilio de la relación sexual. Es el amor, el que se dirige al Otro, y hace que dos soledades se unan en un destino común. Es la falta lo que está en juego. Se trata entonces de la relación del sujeto al sujeto. En el odio se trata de otra cosa, de otro tipo de relación, de una que va de ser a ser, por eso Lacan al nombra como pasión del ser, y se dirige al goce. Cuando entra en escena el goce de cada uno, se rompe toda ilusión de compañía.
Freud[3] plantea con relación al odio, que se trata de un lazo indestructible y feroz que está en el corazón de la pulsión de muerte. Este registro indestructible del odio es el registro mismo del empuje a la satisfacción pulsional indiferente al objeto y ciega en cuanto a la preservación del otro e incluso del individuo mismo que, en contra de cualquier bienestar, puede ofrecerse como objeto a la satisfacción pulsional mortífera.
El odio, por tanto, está en la constitución misma del yo en su individuación. Primariamente es odiado el mundo exterior, extranjero y conductor de excitación. En el comienzo lo exterior, el objeto y lo odiado son idénticos. Sólo después, una vez que el objeto se manifiesta como fuente de placer es amado, pero entonces es incorporado al yo de tal modo que el yo-placer vuelve a situar como odioso todo aquello que le es extranjero.
Después en el transito edípico la cosa no mejor, aparece el odio al Padre, figura fantasmática y mítica en la cual se proyecta la acaparación de todos los bienes y todos los goces, en particular el goce de todas la mujeres. Se mata al padre por odio, pero bajo el peso de la culpabilidad se eleva al padre odiado a la figura de un padre idealizado del amor. Es en Nombre del padre muerto que los hijos pactan un Contrato Social sometiéndose voluntariamente a la ley, que es en primer lugar, prohibición, prohibición del goce de al menos una mujer, la madre. Esta es la ley del incesto que inaugura toda cultura humana. El odio está en todas las cosas.
Pero no todo odio es igual, hay uno que tiene que ver con la desuposición del saber, y puede dar lugar a la lucidez que hace progresar el saber, esto Lacan lo propone en el Seminario XX como otro empleo del odio. En este caso, puede servir para leer entre líneas, trascender los límites del sentido y los espejismos idealizantes del amor.
Pero el odio más complejo y más terrible es aquel del rechazo del ser ya que apunta ciegamente a la destrucción del otro y degrada constantemente al amor. Aquí se odia la manera particular en que el Otro goza, justamente porque no es la propia o porque sustrae la propia. Ese Otro es intolerable, no goza como yo.
Conclusiones
Bien, hemos planteado, partiendo de Freud y Lacan que el odio es constitutivo de la pulsión de muerte, primario, y apunta al ser, por eso es tan destructivo. Ahora bien, ¿porqué parece que el odio esta mas presente en estos tiempos?
El debilitamiento de los ideales genera un fortalecimiento del Superyó, el odio se pluraliza, y cualquiera puede ser depositario del barullo incesante de las comunicaciones instantáneas donde lo que prima es el odio, un odio visceral. La función de velo del amor aparece como un recurso frágil, que no logra apaciguar al odio que se presenta entonces respecto a otras épocas, como permitido y desenfrenado.
Byung-Chul Han[4] plantea que el siglo XX era una sociedad disciplinaria donde existían locos o sanos, y había criminales, aquellos que caían de la disciplina. Pero, hoy en la actualidad se trata de una sociedad de evaluación y de rendimiento que ya no genera locos o enfermos, sino deprimidos o fracasados, y para el odio de hoy, parecería que no hay discurso que lo sostenga. El goce aparece desnudo y el sujeto presume que tiene derecho de dejarse tomar por él. Un claro ejemplo son estas nuevas formas de asesinatos en masa, de personas tomadas por el odio visceral, sin límite, reivindicando la destrucción del otro.
Se trata en lo contemporáneo de un rechazo radical a lo real de la castración; ya que, como afirma Miller, si lo real merece un afecto, es más el odio que el amor.
NOTAS
- Lacan, J. El Seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires. 1981.
- http://letraslacanianas.com/images/stories/numero_6/clinica/11_letras_6_clinica.pdf
- Freud, S. “La negación”. Obras Completas Tomo XIX Ed. Amorrortu. Bs.As. 1992
- Byung-Chul Han. La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder. 2012