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Revista Repique

Repique Extra #1

Crónicas de la peste

Jorge Bafico

Capítulo 4

Hace unos minutos participé en forma virtual del “Grupo de trabajo sobre clínica psicoanalítica y textos de psicoanálisis” a cargo de Jorge Chamorro. Un espacio desarrollado en Argentina pero con alcance a todas partes del mundo. Una iniciativa increíble que se produce como efecto inmediato de la imposibilidad de reunirse físicamente. Es así que participamos analistas Argentina, USA, Holanda, Bolivia, Méjico, Francia, Australia, Chile, Uruguay y Colombia.

El tema que se trabajó en esta ocasión fue “Psicoanálisis al teléfono”. La ética del forzamiento fue el concepto que se planteó, la necesidad, producto de la pandemia y la cuarentena, de pasar del diván al teléfono.

¿Es posible suspender los tratamientos hasta que pase el temblor de la cuarentena?

Chamorro plantea que no, cosa que comparto en su totalidad, ya que la voz, ese objeto de la pulsión, se convierte en el cuerpo para el análisis. La voz en el teléfono es aquello con lo que se trabaja, manteniendo la esencia de nuestra labor, la de tratar de generar la división subjetiva. Por supuesto que este dispositivo es producto de una necesidad, del orden de una invención para nosotros y consecuencia directa de un real traumático que nos golpea, pero aún así se mantienen las coordenadas de lo que implica un psicoanálisis.

Los analistas argentinos que están trabajando con esta modalidad hablan de que los analizantes no solo han metabolizado este cambio, sino que comienzan a surgir pedidos de análisis de esta forma.

Lo mismo está pasando en España. Se pide análisis más allá de la presencia física del analista.

Hoy estamos con el desafío de ver qué hacer con estos efectos colaterales de esta pandemia. En este tiempo de tragedias colectivas y aislamiento físico, aparecen más presentes y actuales las indicaciones precisas de Lacan al decir “mejor que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época”

Capítulo 5

Uruguay no ha tenido tragedias colectivas como terremotos, tsunamis u huracanes. Somos legos en esta materia, por tanto esta parece ser nuestra primera vez en un fenómeno de tal magnitud. El pánico y la incertidumbre se apoderaron de nosotros, dejándonos sin respuestas hasta ahora.

Las redes tomaron la delantera en el “tratamiento” de esto e invadieron con recetas y con hashtags para ayudar a desangustiar. Para eso organizarse en horarios, ordenar placares, leer, mirar series, terminar con antiguas tareas. etc. Todo para intentar evitar lo inevitable: la angustia que produce el efecto de lo real.

En el tiempo de los discursos higienistas que pretenden una especie de asepsia emocional, donde se anhela que la afectación no exista y donde la toxicidad siempre es del otro, el Coronavirus viene como anillo al dedo. Un intento pueril de resolver algo del pánico instalado, porque la realidad “objetiva” no prima sobre una mucho más importante: aquella llamada realidad psíquica o subjetiva, esa que creó un gigante terrible y mortífero llamado Coronavirus, una versión de un Otro sin límites que se mete por todos lados, por los barrios, por las casas, por los cuerpo, convirtiéndonos en puro objeto de control.

La contracara del discurso higienista es la inhibición, aquella que aparece en todos nosotros, comilones voraces de toda la información que nos llega, pero con la imposibilidad aún de metabolizarla. Generamos una maquinaría, de la que somos parte, que atiborra de información en programas de televisión, en noticias en internet, pero también en grupos de whatsapp donde los memes y las diferentes teorías del origen de este mal conviven en un caos armónico sin necesidad de verificar si esos contenidos tienen asidero o no y la multiplicación de los pensamientos personales virtuales en torno a lo que hay que hacer o no hay que hacer en estos tiempos oscuros. Avasallados por una información en exceso que no da respiro para poder pensar en qué nos está pasando y en cómo resolverlo.

Nuestra vida diaria, aquellas rutinas como el trabajo, la vida social, las actividades culturales, las académicas, los casamientos, han sido truncadas. Hoy estamos silenciados e inhibidos por este real que detuvo al mundo, en todas sus ángulos, sin embargo una vez más los artistas tomaron la delantera y organizaron conciertos desde sus casas, primeros solos y después acompañados por su banda desde la virtualidad, también aparecieron otros, con menos nombre y convocatoria que cantaron desde sus balcones, regalando conciertos barriales y entrañables. Y los vecinos se empezaron a conocer desde la lejanía. Los profesionales salieron al ruedo ofreciendo su experticia a aquellos que los necesitaban. Los médicos, enfermeras, y personal de la salud comenzaron a ser aplaudidos y respetados como nunca por su labor heroica. Y la pandemia hizo un silencio a eso llamado la era del narcisismo, del vacío, o del consumo, y propició otra manera de ver el mundo. La pandemia trajo algunas cosas buenas como la nostalgia del abrazo, el ansia de la caricia y el recuerdo de la ausencia. Y el tiempo volvió a ser tiempo aunque no sepamos bien aun que hacer con él.

Algo del Eros se coló por ese Thanatos avasallante y estridente que parece haberlo tomado todo. Pero aún en un resquicio, en una zona abisal algo del amor se escurrió entre las ventas en forma de canción que se canta o se palmea en algún balcón. Porque como dice Freud “pues allí donde el amor despierta, muere el yo, déspota y sombrío.”

Capítulo 6

¿Quién responde a lo que pasa? Parecería que en este tiempo se trata de un coro de voces disarmónicas e intricadas que no logra concertar una respuesta que consuele. Quizá otra vez tengamos que recurrir a los artistas y psicoanalistas que muchas veces se anticipan y muestran un camino.

El primero, se trata del escritor portugués José Saramago que en 1995 publicó Ensayo sobre la ceguera. Este libro expone a través del brote de una epidemia los aspectos más sórdidos del ser humano.

Saramago nos ubica como observadores de las miserias a las que se puede llegar. La pandemia irrumpe intempestivamente como la peste de Camus, con un alto grado de contagio y una tendencia a expandirse entre la población en forma exponencial. Pero el gran aporte de este ensayo es mostrarnos como aparecen diferentes posiciones que se toman frente al traumatismo colectivo. Algunos con egoísmo y mezquindad y otros, los menos, con altruismo y solidaridad. La vida misma en forma de novela. ¿Quién iba a decir que Saramago iba a adelantarse a los tiempos que estaban por venir de esta manera?

El segundo es el psicoanalista Jacques Lacan que en 1974, a propósito de una entrevista aparecida en la revista Panorama, plantea su posición frente a la ciencia y sus avances. “Para mí, la única ciencia verdadera, seria, a seguir, es la ciencia ficción. La otra, la oficial, que levanta sus altares en los laboratorios, avanza a ciegas, sin meta. Y comienza a tener miedo hasta de su propia sombra.

Parece que a los científicos les llega el momento de la angustia. En sus laboratorios asépticos, con sus batas almidonadas, esos niños mayores que juegan con cosas desconocidas, fabricando aparatos cada vez más complicados e inventando fórmulas cada vez más abstrusas, comienzan a preguntarse por el futuro, a dónde terminarán por llevar esas investigaciones siempre nuevas. ¿Y si finalmente –digo- es demasiado tarde? Los biólogos se lo preguntan ahora, o los físicos, los químicos. Para mí, están locos.

Solo ahora, cuando están a punto de destrozar el universo, se les ocurre preguntarse si por azar eso puede ser peligroso. ¿Y si todo saltara? ¿Y si las bacterias cultivadas tan amorosamente en los blancos laboratorios se trasformasen en enemigos mortales? ¿Y si el mundo fuera barrido por una horda de esas bacterias, con toda la estupidez que lo habita, comenzando por los científicos de los laboratorios?

A las tres posiciones imposibles de Freud, gobernar, educar, psicoanalizar, agregaría una cuarta: la de la ciencia. Salvo que los científicos no saben que su posición es insostenible.

-Una definición bastante pesimista de lo que se llama progreso.

No, nada de eso. Yo no soy pesimista. No pasará nada. Por la simple razón de que el hombre es un inútil, incluso incapaz de destruirse a sí mismo. Personalmente encontraría maravilloso que el hombre produjera una calamidad total. Sería la prueba de que finalmente ha logrado hacer algo con sus manos, con su cabeza, sin intervención divina, natural o de otro tipo. Todas esas bellas bacterias sobrealimentadas para el entretenimiento, extendidas por el mundo como las langostas bíblicas, significarían el triunfo del hombre. Pero eso no pasará nunca. La ciencia atraviesa felizmente su crisis de responsabilidad, todo volverá a entrar en el orden de las cosas, como se dice. Lo he anunciado: lo real tomará la delantera, como siempre. Y nosotros estaremos, como siempre, perdidos”.

Dos versiones, dos posiciones del pasado, pero que ayudan a repensar el presente. Cada a su manera adelanta lo que está por advenir. Igualmente ambos no dejan de ser moderadamente optimistas al respecto de nosotros y el futuro. Quizás esto también sea mera ficción.

Capítulo 7 - Balcones, vecinos y analistas

Un viernes santo atípico. La pandemia no tiene días feriados y nos encuentra, por lo menos a mí, trabajando. El tiempo y la noción del mismo cambian por estos días. Lo que parecía inamovible, se mueve y lo rígido se convierte en plástico.

Los psicoanalistas se reinventan. Nociones muertas e incuestionadas hasta hoy se revisan y se modifican. Teléfono, video llamada, forma de pago, presencia del analista, todas preguntas que surgen frente a una situación que nos lleva a transformarnos.

Los vecinos se comunican a través de sus agujeros al mundo: ventanas, balcones o terrazas, cantando o gritando amablemente, mostrando una preocupación genuina por saber del otro, por conocerlo, por cuidarlo. Se volvieron vecinos y próximos por primera vez. Como esos vecinos los analistas buscan otras formas de comunicación, donde dejan de lado las conferencias y los seminarios y se lanzan en conversaciones para interrogarse del quehacer del analista en estos tiempos. Instagram, zoom, facebook se llenan de psicoanalistas de todos los continentes que conversan distendidamente, sin en atril o escritorio que aleja, sino desde la intimidad de su caso o consultorio con otro o con otros.

La pandemia también golpea nuestros egos y nos hace más vulnerables y próximos. Nos agujerea, nos acerca en las dudas y las incertezas y nos aleja del ombligismo que muchas somos carne. Es así que la calidez nos invade por las pantallas y la amistad se empodera en la pregunta compartida y en la práctica revisitada. Otra vez la ganas y el deseo surge con fuerza, y se trasmiten de uno en uno que aparecen conectados en las pantallas. Una gran comunidad psicoanalítica virtual se alinea y contacta, como los vecinos en los balcones, como en los aplausos a los olvidados de siempre que ahora son necesarios. El mundo entero cambia las reglas por un rato.

En este viernes santo, que de santo tiene poco, los recuerdos me golpean y eso que soy agnóstico. La muerte está presente, en el colectivo religioso pero también en el personal, y entre otras muertes, aparece el recuerdo de la fecha del fallecimiento de mi maestro y amigo Dagoberto Puppo, un psiquiatra con cabeza de analista, cuestionador de la clínica e inventor de una praxis propia. No porque sí atendía esos casos donde poco se podía hacer para la mayoría de sus colegas: locuras histéricas, disociativas, melancolías, suicidas, eran parte de sus pacientes.

Mi amigo sin duda hoy estaría pensando en este fenómeno de la tragedia colectiva que nos tiene conmovidos con un optimismo constructivo. El de los verdaderos resilientes, no el de los panfletos de autoayuda, sino de los que han atravesado tragedias dignas de contar o callar o que trabajan con la angustia que arrasa, esos que tienen la posibilidad de moverse en el entumecimiento de un real que golpea. Lo escucho decirme “Jorge, la vida nos pone una emboscada, otra más, que nos pone a prueba para hacer algo con eso”.

Hoy extraño a mi amigo, el de la sonrisa inmensa, el que podía con dos o tres palabras cambiar el mundo, o por lo menos el mío.

Capítulo 8

En el mundo pandémico en el que nos encontramos conviven manifestaciones de amor y solidaridad sostenida, pero también situaciones donde el odio es marcado. El “ama a tu prójimo como a ti mismo” queda como una frase vacía, y se convierte en una experiencia hostil con el semejante. En estos días en una nota publicada en el País digital de Madrid aparecen testimonios que muestran el lado oscuro y ruin de la tragedia colectiva, un ejemplo de tantos, una nota que dejaron a un vecino en la puerta de su apartamento:

“Hola vecino. Sabemos de tu buena labor en el hospital y se agradece, pero debes pensar también en tus vecinos. Aquí hay niños y ancianos. Hay lugares como el Barataria donde están alojando profesionales. Mientras esto dure, te pido que lo pienses”.

(https://elpais.com/sociedad/2020-04-14/mientras-esto-dure-te-pido-que-consideresmudarte.html)

La pandemia también expone lo éxtimo, lo más próximo e interior, pero sin dejar de ser exterior.

Los vecinos, la familia, los amigos, se transforman en enemigos cuando lo que está cerca se torna amenazante. Se vuelven diferentes, una nueva forma de racismo. Lacan lo advierte, en el Seminario 18, cuando plantea que no se necesita de una ideología para generar racismo, solo necesitamos una causa para señalar a un infiel.

Lo que era cercano se vuelve cuerpo extranjero, un parásito como plantea Miller en Extimidad. Vecinos que se vuelven foráneos, enemigos peligrosos. Porque también de eso se trata esta pandemia, más allá del amor solidario, de los profesionales generosos y los balcones parlantes.

Siempre, como en todas las épocas, está presente expulsar al Otro. Lo segregativo como forma de tratar lo inasimilable, que retorna ya no como lo familiar sino como un extraño imposible de soportar. Freud lo nombró como “siniestro", y luego Lacan y Miller "éxtimo".