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Revista Repique

Repique 5

La presencia del analista trauma

Ana Inés Bertón

Este trabajo surge como punto de encuentro entre un tema que, debido a la pandemia, he encontrado necesario estudiar en profundidad y el encuentro fortuito con una pregunta que quedó abierta a partir de la última conferencia de Graciela Brodsky en Uruguay.[1]

La pandemia, o más precisamente: el confinamiento, me ha llevado a preguntarme acerca de la presencia del analista. Presencia no sólo en el sentido de aquella presencia que sostiene como Otro la ficción del sujeto, que lo aloja, lo escucha, lo mira, etcétera; sino la presencia en su vertiente de puro real, aquella en la que el analista encarna algo más allá de todo sentido.

Por otro lado, la conferencia de Graciela en torno al Trauma, podría decir que funcionó para mí como acontecimiento traumático, en la medida en que me precipitó a ensayar una respuesta por el lado del saber, alrededor de la pregunta ¿qué es el analista-trauma?

Para que esta idea del acontecimiento traumático y la subyacente respuesta del sujeto pueda ser entendida me remito a la clase 9 del seminario 23, allí donde, siguiendo a Miller, nace el Ultimísimo Lacan. En esa clase Lacan da cuenta de cómo el encuentro traumático con el inconsciente freudiano lo llevó a la invención de su real, es decir, a la elaboración de toda su enseñanza.

Luego de este pequeño desvío, vuelvo, entonces, a la pregunta que me formulo: ¿qué es el analista trauma y qué relación tiene con la presencia encarnada del analista?

El trauma es una dimensión estructural y constituyente de todo parlêtre, que se presenta, siguiendo el planteo de Gorostiza, en dos facetas que no podrían entenderse de manera separada.

La primera, es la del encuentro traumático con el agujero de la no relación sexual, es decir, con la ausencia de programación sexual que existe en nuestra especie gracias al lenguaje.

Este “no hay” que cava un agujero en el parlêtre tiene como correlato un “hay”: hay goce. Del goce que hablamos aquí es del goce que es opaco al sentido, que se asemeja a lo que Freud refería como “excedente sexual”, insasimilable, intramitable por la vía del sentido. Es aquello que solo podría decirse que se siente.

Este excedente que se siente en el cuerpo es lo que nos lleva a delimitar el “no hay relación sexual”, puesto que, tal como lo dice Laurent, “se nombra algo negativamente, para indicar que no hay, porque se siente que hay una existencia de la que no se llega a atrapar la consistencia lógica.” (2018)

El trauma, así entendido, produce entonces, una disyunción estructural entre sentido y goce. Es decir, produce siempre un agujero del cual no se puede dar cuenta por la vía del sentido ya que constituye una opacidad.

No hay recuerdo posible del trauma que se produjo en el encuentro con lalengua ya que se sitúa, justamente, con anterioridad lógica de todo recuerdo posible. Es, en sí mismo, intraducible.

Lo que sí puede conocerse en una experiencia analítica es la respuesta singular que el sujeto adoptó para defenderse de este encuentro con lo real, aquello que llamamos la decisión insondable del ser y que constituye la toma de posición del sujeto en el encuentro con lalengua.

Este aspecto atraviesa varios momentos en la obra de Lacan, que de diversos modos aísla siempre la responsabilidad del sujeto por aquello que lo causa y a lo que consiente en el encuentro con ese real sin ley. En el primer encuentro con lo real patético, como lo llama a la altura del Seminario 7, el sujeto rechaza una porción de real que no llega a inscribirse en términos significantes. Este rechazo inaugural fundará las bases de aquello que retornará de lo real, por fuera del sentido.

Este agujero que cava el traumatismo (podríamos decir: generalizado) es lo que Lacan nombrará, entre líneas, Inconsciente real, para nombrar algo de esa porción de inconsciente de la cual nada puede saberse por estar deslindada del inconsciente transferencial. En todo caso, el inconsciente real es aquello que se presenta como límite al inconsciente transferencial.

En la “Proposición del 9 de Octubre…”, Lacan se toma el trabajo de desarrollar el algoritmo de la transferencia para introducir el pivote del sujeto supuesto saber como condición del psicoanálisis. Pero también, en ese mismo texto subraya que el sujeto supuesto saber no es real.

El analista soporta, desde su lugar de Sujeto Supuesto Saber, aquello del goce que ha sido simbolizado, es decir hace semblante de saber; pero también, con su presencia encarna “algo del goce”. Este algo del goce que encarna es justamente la parte de goce que no ha sido simbolizada y que requiere la presencia de carne y hueso del analista, como dice Miller, “aunque solo fuera para hacer surgir la no relación sexual” (Miller, 1999)

El analista trauma requiere una presencia encarnada que sea capaz de presentificar siempre por algún sesgo, por algún borde, una cierta opacidad. De esta manera se hará presente lo intraducible del goce opaco del síntoma del analizante, ese goce que excluye el sentido.

Es decir, la posición del analista deberá maniobrar entre el inconsciente real como puro agujero y aquella operación que lo anuda, diluyéndolo al mismo tiempo, la del Sujeto Supuesto Saber.

El analista será entonces una presencia entre dos escuchas, la del sentido y la del fuera de sentido. El analista, al ponerse a distancia del saber, apuntará al agujero del trauma, valiéndose no del sentido sino de la materialidad significante, advertido de que todo discurso es sostenido por un cuerpo.

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS

  1. Conferencia dictada por Graciela Brodsky el 11 de Noviembre del 2020 en el marco de “Noviembre Lacaniano”.