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Revista Repique

Repique 6

Demasiada satisfacción

Ana Inés Bertón

En Punto Cenit. Política y religión, Miller nos advierte de los efectos que la práctica freudiana del uno por uno ha tenido en la sociedad en general. Dice allí que la moral civilizadora que Freud ponía al descubierto en el Malestar en la Cultura, donde "para hacer existir la relación sexual hay que frenar, inhibir, reprimir el goce"[1] se ha quebrado, se ha disuelto. Hoy nos encontramos con otro malestar en la civilización hipermoderna: el empuje al goce para sí (también llamado derecho al goce) donde "solo la felicidad se ha vuelto hoy en día la del goce, conformemente a la lógica individualista de la modernidad."[2]

Este empuje al individualismo es cada vez más visible en las redes sociales donde, atravesados por las leyes del mercado neoliberal, aparecen influencers, coachs y psicólogos que alimentan y refuerzan la idea de que la felicidad depende de uno mismo. Este imperativo de goce deja a los sujetos en una búsqueda ansiógena por estar más sanos, ser más productivos y más felices.

En la clínica, este carácter ansiógeno que suscita responder a la demanda ilimitada del Superyó que exige "más y mejor", aparece con distintos ropajes. En el extremo de la manía, aparecen sujetos que se llenan de actividades y hobbies para "rendir", en el otro extremo, están los sujetos inmovilizados que se sienten culpables por no disfrutar de lo que tienen o los que bajo el significante "depresión" patologizan su malestar subjetivo.

Este imperativo afecta también a los niños, a quienes se les demanda divertirse. La saturación de ofertas mediante dispositivos electrónicos, las actividades lúdicas prefabricadas en libros o juegos de caja, obturan cualquier atisbo de aburrimiento en el niño. Los juegos electrónicos actuales se caracterizan por no tener mayores tiempos de espera y por tener vidas ilimitadas, de modo que el empuje constante a seguir jugando parece no tener punto de basta.

Ahora bien, ¿qué hacemos los analistas frente al malestar actual?

En primer lugar, leer el malestar contemporáneo, no será para rebelarnos frente a los amos actuales, tampoco para idealizar lo viejo. Es preciso para conocer las coordenadas subjetivas que el Otro social brinda a quienes llegan al consultorio, y las que envuelven al analista mismo, como dice Lacan: "que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra".[3]

Estar advertidos del amo que comanda la hipermodernidad, es necesario para seguir las vías de aquella indicación temprana de Lacan en la que cuidarse de comprender es el primer paso para permitir que surja el sujeto del inconsciente. No comprender aquello que desde lo social se nos presenta como obvio, a saber, que hay que ser feliz, atractivo, auténtico, productivo, autosuficiente, etcétera; permitirá dar paso a situar las coordenadas singulares del padecimiento de quien consulta. Más allá de la época en la que se esté, el "penar de más es la única justificación de nuestra intervención."[4]

Después de todo, este imperativo a ser feliz y a divertirse, se nos presenta en el consultorio desde sus fallas; es ahí donde el psicoanálisis tendrá un lugar donde incidir.

NOTAS

  1. Miller, J-A. (2012) Punto Cenit. Política, religión y psicoanálisis. Buenos Aires: Colección Diva, p. 46.
  2. Íbid., p. 33.
  3. Lacan, J. (1953) "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis." En: Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, p. 309.
  4. Lacan, J. (1964) El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2011, p 174.