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Revista Repique

Repique 6

Una escucha marcada por los finales

Santiago Ferreira

Introducción

No todos los consultantes comienzan un análisis, ni tampoco todos terminan haciendo el pase y dando testimonio de su análisis. Desde la orientación lacaniana, sostenemos que dirigimos la cura (entendiendo a la cura por tratamiento, proceso) y no a los analizantes. A partir de la ética del psicoanálisis y del deseo del analista, escuchamos/leemos el discurso del inconsciente, trabajamos en transferencia e intervenimos a través de la interpretación.

Freud[1] nos advertía de la importancia de los comienzos y los finales en psicoanálisis como si se tratara de una partida de ajedrez. En el medio de la partida, encontramos los avatares que atravesarán el proceso. A los analizantes les pasa la vida como a todo el mundo (no por estar en análisis dejan de ocurrir contingencias que los ponen en aprietos y en algunos casos hacen vacilar sus fantasmas) y en muchos casos, acontecerán hechos que signarán su historia. Así como las circunstancias cambian, también se van produciendo por añadidura los efectos terapéuticos.

Entonces ¿A qué apuntamos en el final de análisis? ¿Y qué implicancias tiene esto en la posición del analista, en su escucha/lectura?

Ser de identificación y ser de goce

En Donc, Miller (2011) realiza una división importante en cuanto al ser de la identificación y por otra parte el ser de goce. Por un lado en cuanto al ser de la identificación, entendemos que el sujeto se para sobre los significantes que toma del Otro para darse un lugar de existencia y responder ante la pregunta del deseo ¿Qué me quiere? Si bien es cierto que hay algo de singularidad en esta elección-acción de tomar una identificación del campo del Otro, es de algún modo una respuesta tomada, no es del todo propia.

Es por ello que Lacan, avanzando en la investigación psicoanalítica de su seminario, continúa estudiando en cuanto a las fijezas del ser de goce en relación a su formalización del objeto a. De este modo ubica allí la respuesta singular del sujeto: se trata de un recorte del cuerpo, lanzado y colocado en el Otro pero que, a fin de cuentas le es propio. Por lo tanto el objeto a marca las implicancias del ser de goce: en el recorrido de la pulsión y en la fijeza del plus de goce que produjo su extracción.

En lo que respecta a las identificaciones, Miller[2], nos habla del desfallecimiento. Se trata de lo que también conocemos como caída de los ideales, incluyendo la serie de identificaciones imaginarias que se encuentran sostenidas a partir de la identificación simbólica inconsciente.

Por otra parte, en cuanto al ser de goce, ubica la vertiente del menos phi (-φ) y el objeto a: por un lado el menos phi (-φ) como una falta-de-gozar con la que el sujeto se ve enfrentado en la imposibilidad de un goce total. Por otro lado, nos encontramos con el objeto a como fijeza y verdad de la estructura, respuesta singular y única.

Una escucha marcada por los finales

Muchas veces escuchamos que en la primer entrevista con un consultante, es posible apreciar algo de su posición fantasmática, del objeto a y de significantes importantes que han marcado su historia. Por supuesto que no siempre nos encontramos con la posibilidad de leerlo de buenas a primeras y hace falta tiempo para empezar a adentrarse en la lógica del caso. Se trata de dar cierto tiempo en el que comenzar por marcar las inconsistencias de los dichos, la división subjetiva, y también los puntos de goce.

Si decimos que al final de un análisis apuntamos a la caída de las identificaciones y a que se produzca, entre otras cosas, un atravesamiento del fantasma, nos dirigimos también a que haya algún corrimiento en la fijeza de la modalidad singular de goce, un movimiento en la economía pulsional del sujeto. Por lo tanto, poniendo a jugar la episteme, podemos extraer algunas elaboraciones operativas a la hora de dar cuerpo a qué escuchamos y leemos en el comienzo de la partida.

La escucha inaugural del analista en las entrevistas preliminares se encuentra marcada por el final de análisis, en la medida de que para llegar a él, es necesario atravesar los umbrales que suponen la caída de los significantes amo que el sujeto toma del Otro (en lo que concierne a la identificación) pero también en el reconocimiento de su ser de goce y los posibles movimientos que pueda realizar para ubicarse en la vida desde otro lugar que implique un menor sufrimiento.

Lo que se habla en un análisis importa de un modo particular y diferente a una conversación cualquiera. En el encuentro con un analista, como plantea Chamorro[3], se apunta a que sea una experiencia que atraviese verdaderamente al sujeto, se trate de una única instancia o varias, un proceso corto marcado por una institución, o un análisis.

Para ello, es necesario detenerse en las fijezas del ser de goce y en las identificaciones del sujeto: marcar los puntos de goce del sujeto es tan importante como intervenir en la lectura de los deslices del discurso que se producen en los quebrantos de la armadura de la voluntad, escandiendo a partir de los significantes que trae el sujeto. Circunscribir los puntos de goce en la selva fantasmática y atrevernos a interpretar.

NOTAS

  1. Freud, S. (1986). Sobre la iniciación del tratamiento [Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I] (1913) (pp.121-144). En Obras Completas Tomo XII: Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber), Trabajos sobre técnica psicoanalítica y otras obras (1911-1913). Buenos Aires: Amorrortu.
  2. Miller, J.-A. (2011). El Ser del analista (pp.461-476) En Donc: la lógica de la cura. Buenos Aires: Paidós
  3. Chamorro, J. (2017). ¡Interpretar!. Buenos Aires: Grama Ediciones.